viernes, 24 de febrero de 2012

ENTREVISTA AÑO 2009 SOBRE EL PRISIONERO Jeffrey William Glover-

 El único detenido de la guerra de Malvinas estuvo alojado en una cárcel preparada especialmente en la base aérea de Chamical, La Rioja, a cuatro mil kilómetros de las islas. Cuatro de sus ex carceleros se juntan por primera vez, a 27 años del conflicto, para contar la historia.
La cárcel
de Malvinas

La historia desconocida
del inglés que estuvo
preso en La Rioja.

CHAMICAL- 25/03/2009 11:44:39 p.m.v


Por Diego Genoud y Rodolfo González Arzac
fotos Luis Maria Herr


Misiles. Chamical fue lugar de pruebas.
En la Base de la Fuerza Aérea en Chamical, a Cuatro mil kilómetros de las islas Malvinas. En ese lugar, la dictadura militar ocultó durante cinco semanas al único prisionero inglés que capturó durante el conflicto en el Atlántico Sur.
La historia sólo permanece viva en la memoria de los soldados que custodiaron a Jeffrey William Glover.
El teniente británico nunca supo a dónde lo habían llevado los militares argentinos. El caso del prisionero que cayó de un avión Sea Harrier de la Royal Air Force en Puerto Howard el 21 de mayo de 1982 permaneció durante veintisiete años entre ignorado y oculto. Glover dedujo la distancia que había recorrido según la velocidad del avión que lo trasladó. Estimó que se hallaba a mil kilómetros al noroeste de Buenos Aires. Después, comprobó el contraste abismo en el clima y en la geografía.
Cuando su avión fue derribado, el inglés tenía 24 años. Había nacido en 1958 en Liverpool, exactamente el dos de abril. Su detención consta en el comunicado Nº 73 de la Junta militar: "El Estado Mayor Conjunto comunica que, en las acciones bélicas desarrolladas hasta las 16:00 horas del día de la fecha, 21 de mayo de 1982, hay un avión Sea Harrier abatido".
El relato más conocido sobre su captura aparece en el libro Comandos en Acción (El Ejército en Malvinas), de Isidoro Ruiz Moreno, un profesor de la Escuela Superior de Guerra que suele reclamar la amnistía para los jerarcas del Proceso de Reorganización Nacional. Pero incluso en Chamical hay quienes
desconocen la historia. La detención de un piloto británico en La Rioja parece un capítulo más de una guerra de extravíos. Pero para la Fuerza Aérea no lo es. "Era una cuestión estratégica. Esta era la única unidad militar ubicada al noroeste y con una pista de aterrizaje.
Era impensable para los ingleses que pudiéramos tener a uno de los suyos acá", justifica ahora el vicecomodoro Jorge Elici, jefe de la base desde diciembre de 2007.
Renzo Ormeño nunca pudo digerir el silencio que sepultó los días de aquellos doscientos conscriptos que estuvieron en la base durante el conflicto en las islas. Pasó veintisiete años exhumando recuerdos que a nadie conmovían. "Esta historia nadie la conoce. Los que la saben, la saben por mí", sentencia.

Son las nueve y media de la mañana y acaba de bajarse del micro que lo trae de la capital provincial. Hace tres meses que intercambiamos mails y llamados telefónicos. En sus ojos, se insinúan lágrimas que nunca terminan de desbordarlo. Pero sonríe, aun es joven y conserva la fuerza de un toro. Mide 1,75
y pesa 90 kilos. Carga con un bolso negro que está inflado de documentos, carpetas, libros y pesares. Renzo fue uno de los colimbas clase 63 que custodió a Glover durante cinco semanas.
En el sorteo por el que cada año se definía quién hacía el servicio militar, el número 865, le había anunciado que sería confinado a la base desde el cuatro de enero de 1982. Allí permanecería hasta el cinco de marzo del año siguiente.
Después, durante años, Ormeño recorrió gran parte del país intentando que se escuchara la historia del prisionero inglés y de la cárcel con capacidad para albergar a 150 prisioneros que las Fuerzas Armadas levantaron en Chamical durante la guerra. Lo suyo fue como un grito en el desierto de salinas. "Los soldados nunca supimos el nombre del prisionero.

Fue alojado en el Casino de Oficiales. No estaba en un calabozo. Le habían reservado la pieza de un oficial y comía lo mismo que los oficiales. Era la habitación número cuatro,tenía 3,68 por 3,50. La tarea nuestra era custodiarlo en la puerta de la pieza y en la ventana. Permanentemente nos decían: 'No le hagan nada, no le hagan nada'. Incluso, un compañero que le remontó –una palabra de la jerga militar– el FAL tuvo que cumplir con diez días de arresto. Con el tiempo supimos que su apellido era Glover. Se fue después de que terminara la guerra. Venía mucha gente a verlo", dice Ormeño. Habla apurado por los recuerdos, en una especie de desahogo largamente postergado.
Su testimonio no deja dudas. Durante el conflicto del Atlántico Sur, Edmond Corthés fue el Delegado Regional del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) en Buenos Aires y dirigió las acciones humanitarias desde el continente. En el sitio oficial de la Cruz Roja, se refiere a Glover sin nombrarlo.
"El CICR se entrevistó varias veces con un prisionero británico, un aviador que había sido capturado en combate, trasladado al continente y detenido en una base de la Fuerza Aérea en el noroeste argentino, cerca de La Rioja; luego fue conducido a Montevideo, Uruguay, bajo los auspicios del CICR y entregado a las autoridades de su país", dice.
Entre mayo y junio del 82, la Cruz Roja detectó a once mil combatientes argentinos que habían caído en manos de las tropas británicas. En ese lapso, la Junta Militar sólo capturó al piloto Jeffrey Glover y, según se dice, a un puertorriqueño nacionalizado inglés que nunca llegó al continente.
En la Base de Chamical todavía trabaja, aunque ya se aproxima
a la jubilación, un superior de Ormeño que recuerda muy bien a Glover. En este mediodía largo de marzo, el suboficial Justo Quique Villanueva aparece vestido de enfermero para contar lo que sabe. También lo emociona el encuentro con la clase 63. "Vino con una fractura de clavícula y tenía una herida propia de la eyección, que nosotros le curamos. Al principio, le hicieron reconocimiento médico en Sanidad", relata Quique y aporta un dato preciso: "El médico que venía todos los días a darle la medicación era Vanzetti", hace memoria.
El compañero de Ormeño que le remontó el FAL a Glover fue Juan Carlos Carrasco. Como miembro de la Policía Militar de Chamical, Carrasco custodiaba al inglés cuatro horas, descansaba ocho y luego reiniciaba un turno de cuatro horas. En esas guardias incubó el rencor contra sus superiores. Carrasco todavía se queja de que Glover hacía cuatro comidas –"ravioles, milanesas y pollo"– y dormía en un "calabozo de lujo": con televisor, una mesa y una silla. Cada dos días le entregaban un libro nuevo que él mismo había encargado. Pero lo que más envidia generaba entre los colimbas era el equipo de alto nivel que traía: la chomba térmica, las botas y ese chaleco que en la espalda tenía cuatro pilas.
Ahora, veintisiete años más tarde y casi sin buscarlo, el ex soldado Hormeño le recrimina al actual jefe de la base, parados los dos frente a la pieza que alojaba a Glover: "Ellos venían livianos de ropa y nosotros gordos y pesados, con calzoncillos de lana. El piloto inglés venía con borcegos con abrojos. El armamento que tenían ellos era de última generación y nosotros andábamos con FALs y Mausers que eran de 1909".
Los testimonios coinciden en que Glover recibió un trato privilegiado. Hasta que, una mañana, quiso abrir la puerta del calabozo, que estaba sin llave. Carrasco recuerda que, a los gritos, le ordenó que se quedara quieto. El británico no hizo caso y el soldado reaccionó: cargo su FAL, le apuntó y le volvió a gritar. Entonces sí, Glover lo entendió y se sentó en una silla. Pero a Carrasco no le fue mejor: recibió diez días de arresto por
haberle apuntado y la advertencia de que le estaban "perdonando la vida". Hoy Carrasco es empleado de una empresa de limpieza en La Rioja. Todavía le cuesta conseguir que no lo miren como un loco. "Acá nadie nos cree que en Chamical hubo un prisionero inglés. Sólo los familiares", dice con cierta desesperación. Pero aquel odio –hijo del temor– que sentía por Glover ya no domina sus sentimientos: "Era un buen tipo el inglés. Pasa que yo no lo entendía y él a mí tampoco".
El suboficial Villanueva cuenta que el que más hablaba con el piloto era un bioquímico con jerarquía de primer teniente, de apellido Cuchiufo, que había estudiado en Estados Unidos y se había especializado en el mal de Chagas. "Era el traductor que tenía este inglés para manejarse acá. Glover era un intelectual, estudiaba Historia creo. Nosotros hacíamos sala a la mañana y después le hacíamos las curaciones y le cambiábamos el vendaje. Nunca fue un tipo agresivo", evoca. Villanueva dice que lo último que supo fue que el bioquímico Cuchiufo aun vive en Río Cuarto. Su apellido dio la vuelta al mundo cuatro años después de Malvinas, cuando uno de sus primos hermanos se consagró campeón del mundo con la Selección Argentina en 1986: José Luis Cuchiufo jugó aquel partido en el que Maradona, solo, obtuvo la rendición de Inglaterra.

Reencuentro. El suboficial Justo Villanueva y los ex soldados
 José Vera, Juan Escudero y Renzo Ormeño, en la Base.

 
Casino de suboficiales. En 1982 la Fuerza Aérea lo convirtió en 
una cárcel para albergar entre 150 y 200 prisioneros.

Con sólo bucear en su memoria, el suboficial en actividad que también posa para las fotos podría escribir la historia de la base; y la del pueblo. Es un catamarqueño de un metro sesenta que acredita 35 años en la fuerza y otros tantos en torno a esta ciudad. Maestro, profesor de Historia, licenciado en Enfermería, podólogo, en Chamical es una especie de vecino ilustre al que todos reconocen. "Yo he sido soldado. Como conscripto, a mí
me tocó la parte brava de la guerrilla en Tucumán y el conflicto con Chile. En 1982, tenía 26 años. Estuve en dos ocasiones en Tucumán. La primera desde el siete de mayo hasta el 12 de julio de 1974, la segunda entre noviembre de 1974 y febrero de 1975. Era una etapa plena de quilombos de tiros, de emboscadas.
Estuve en Acheral, en Ingenio Corona, en Río Seco, en El Cadillal, Yacuchina. Ahí me cascotearon lindo. Ahí nos hicieron de goma. Yo tuve otros destinos entre 1995 y 2004, pero mi familia permaneció acá porque mi señora es docente".
Él también sostiene que la base de Chamical entró en conflicto en 1982. "La presión psicológica de la guerra la tuvimos adentro –dice–. Yo lo que me acuerdo clarito es que alguien me dijo: 'Loco, el 16 partís a la guerra'. Y el 14 de junio se terminó la guerra". Villanueva es amable, hiperquinético y risueño. Se define como un hombre de fe y adscribe al cursillismo, la corriente del catolicismo a la que también adhieren el comodoro Luis Fernando Estrella, jefe de la base durante la última dictadura militar, y el genocida Jorge Rafael Videla.

El prisionero inglés que pasó cinco semanas en Chamical no llegó por causalidad. La Fuerza Aérea había refaccionado el casino de suboficiales de la base para albergar a 150 o 200 prisioneros. Para cumplir con las medidas de seguridad, lo habían rodeado con un alambrado olímpico de tres metros de altura. En el interior, colocó rejas y levantó celdas. Desde entonces, ese edificio comenzó a ser llamado "PG", porque estaba destinado a los Prisioneros de Guerra. Pese al tiempo transcurrido, el personal de la base aun lo denomina así. "No se sabía si la guerra iba a durar un mes o un año", argumenta el vicecomodoro Elici. El lugar todavía existe, pero el alambrado y las rejas ya no están. Puede haber sido una decisión de la fuerza o acaso el abandono en que ha caído la base en los últimos años. Al vicecomodoro no lo persiguen los fantasmas de Malvinas ni los ataques aéreos; ahora la amenaza es el cierre que venga a coronar este presente de desguace.
La base que hoy está semidesierta es una leyenda para los militares argentinos. Son 1057 hectáreas prácticamente inutilizadas. Allí sólo sobreviven los árboles añosos, unos cuantos edificios verdes y blancos –hijos de la arquitectura peronista–, la Plaza de Armas, la pista de aterrizaje, la torre de control, los hangares y los misiles que ofician únicamente como esculturas de otro tiempo. En breve, el gobierno nacional pasará a controlar, a través de la Agencia Nacional de Aviación Civil (ANAC), la pista de aterrizaje y la torre. ¿Qué pasará con lo demás? En el municipio, estudian un proyecto para instalar allí un hotel y un casino. En la Fuerza Aérea hay quienes sugieren, en cambio, que el gigantesco predio podría ser utilizado como base incorporada al Plan Nacional de Lucha Contra el Fuego, contra los incendios forestales.

Chamical es la tercera ciudad en importancia en la provincia, pero no aparece en Google Earth. Es un pueblito de 15 mil habitantes atravesado por la Sierra de los Quinteros, ubicado a 140 kilómetros de la capital de La Rioja y a mil de Buenos Aires. Surgió en torno al ferrocarril, a fines del siglo XIX, como una parada intermedia entre la capital provincial y Chilecito. Fue pensada como una localidad de aprovisionamiento y reparaciones
para el transporte de mineral. Considerada la cuna de la investigación aeroespacial, la base fue creada en 1945 por el primer secretario de Estado de la Aeronáutica, el brigadier riojano Bartolomé de la Colina. En 1961 se convirtió en el Centro de Experimentación y Lanzamiento de Proyectiles Autopropulsados Nº 1 (CELPA 1):
desde allí se lanzaron los misiles Alfa Centauro (con participación de técnicos de la NASA), Beta Centauro, Gamma Centauro, Orion, Judi y Rigel. Fue el primer sitio de Latinoamérica en que se lanzó un cohete para el estudio de la alta atmósfera. "Era la cabo cañaveral de Sudamérica", dicen los lugareños, entre el orgullo y la nostalgia. Llegó a contar con alrededor de 700.


souvenir. Un recuerdo de lo que fue, dicen en el pueblo,
 “el cabo cañaveral de Latinoamérica”.

personas. Pero desde 1997 fue devaluada a la categoría de Escuadrón de Apoyo Operativo y hoy apenas trabajan allí treinta personas.
El polvo se llevó las promesas que hizo el riojano Carlos Menem cuando vino a Chamical, al tiempo de asumir la presidencia. Menem aseguró que iba a mudar la Base Aérea de Morón a esta ciudad. "Nos dijo que era un lugar ideal para probar helicópteros", evoca José Gordo Ponce, un chamicalense de 63 años que trabajó como personal civil en la base durante un cuarto de siglo. "Fueron exactamente 24 años, 11 meses y 29 días, entre 1968 y 1993", precisa. Hay quienes afirman que si el Gordo contara todo lo que vivió en esos años, se escribirían varios libros y se iniciarían otros tantos expedientes judiciales.
Pero Ponce se dedica al deporte. Desde hace 34 años dirige la Asociación de Fútbol de Chamical y, cuando se acercan las elecciones, secunda en el armado provincial al actual embajador en México, Jorge Yoma.
"En la década del 50, fue un lugar de castigo al que eran enviados los militares que respaldaban al peronismo", dice el suboficial Villanueva. "No era de castigo, sí una zona inhóspita y difícil", se ataja el vicecomodoro Elici.
Nadie desconoce que la base trajo las cloacas y eliminó el mal de Chagas en el pueblo. Y que la Fuerza Aérea impulsó plantaciones de verdura para abastecer a la población a precios baratos y
llegó a construir allí su propio cine. En la madrugada del 24 de marzo de 1976, al menos doce personas fueron trasladadas a la base. Durante cuatro días, fueron torturadas y sometidas a simulacros de fusilamiento. La experiencia quedó asentada en un libro del religioso Pedro Venturitti, El señor me dio hermanos. Fue sólo el inicio. La semana pasada, la Sala B de la Cámara Federal de Córdoba confirmó el procesamiento del jefe de la base durante la dictadura, el comodoro Estrella, y del comisario retirado de Chamical, Domingo Vera, como coautores de privación ilegítima de la libertad, tormentos y homicidio calificado en la causa por los fusilamientos de los sacerdotes Carlos de Dios Murias y Gabriel Longueville, ocurridos el 18 de julio de 1976.
Entre julio y agosto de este año, comenzará el juicio oral y público en La Rioja.
"A ellos los llevan a la base y los torturan. Después los trasladan a ocho kilómetros de aquí y los matan", afirma el padre José Luis De Gennaro, un franciscano que fue compañero de Murias en el seminario y hoy encara su segunda etapa como presbítero del pueblo. "El grupo de operaciones parapolicial venía de Buenos Aires –agrega De Gennaro–, pero el que comandaba todo desde aquí era Estrella. Cuando veníamos para los 18 de julio a los homenajes, Estrella nos sacaba fotos en el cementerio a todos los que íbamos, mientras estábamos ahí rezando. Yo empecé a venir en el 79". –Dicen que Estrella era muy católico… –Ah, pero eso no significa nada. Estrella había sido compañero de Carlitos Murias porque él hizo el Liceo Militar en Córdoba. Ya lo dijo Jesús: "Llegarán tiempos en que quienes nos persigan y nos den muerte creerán que con eso dan gloria a Dios". Pero es otro dios el que tienen. Quince días después de aquellos fusilamientos, el que murió en un accidente fraguado fue el obispo de La Rioja, Enrique Angelelli. "Él salió de acá con una carpeta con información sobre los autores materiales e ideológicos. La carpeta desapareció pero él, con astucia y mansendumbre evangélica, había hecho tres copias más", recuerda de Gennaro. Durante años, la jerarquía de la Iglesia Católica ignoró el caso de Angelelli hasta que hace algún tiempo comenzó a reivindicar su lucha.
La base de Chamical todavía no puede librarse de la marca indeleble de esas muertes.
Por aquellos años, otras imágenes del lugar llegaron a los

 "    Nadie nos cree
que en Chamical
hubo un preso
inglés, sólo los
familiares”, dice el
ex soldado Juan
Carlos Carrasco. "

hogares de millones de argentinos: allí se filmó, entre 1976 y 1977, parte de la película Dos locos en el aire, con Palito Ortega y Carlitos Balá.
Desde Chamical, el siete de octubre de 1989, Menem anunció que había firmado los cuatro decretos de indulto que beneficiaron a los militares procesados por violaciones a los derechos humanos, a los que dirigieron la guerra de las Malvinas, a los oficiales carapintadas y a más de medio centenar de guerrilleros que estaban bajo proceso. En agosto de 2004, Néstor Kirchner lo recordó cuando arribó al lugar para participar de un homenaje a Angelelli. A su lado estaba Don Elías Hemmes, el médico que gobernó el pueblo entre 1978 y 1983 y recuperó
el sillón de intendente, a través del voto, en sintonía con la llegada de Kirchner al poder central.
Ponce quiere aclarar su posición durante esos años: "Nosotros nunca estuvimos de acuerdo con lo que pasó durante el Proceso". Y suma un dato familiar: "Murias me casó en la Iglesia del Salvador y bautizó a mi primer hijo". El Gordo cuenta que, tras la desaparición de los curas, un grupo de empleados de la base decidió enviar una corona al entierro de los sacerdotes. Estrella y Aguirre reunieron a los sesenta y cuatro trabajadores en la sala de reuniones de la jefatura de la Base. Preguntó a todos uno por uno si habían prestado conformidad para enviar esa corona. Sesenta y uno dijeron que sí, aunque ninguno había sido consultado.

Volver
El encuentro entre Renzo Ormeño y José Vera en el Hotel Gran Victoria oscila entre la emoción y el dolor. La última vez que se vieron fue en 1982, en esa base que está a 200 metros del hotel. Hoy tienen 46 años, lo mismo que Juan Escudero, que también está presente.
–¿Estás gordo, eh? ¡Se notan los 27 años, papá!
–¡Qué lindo es estar otra vez!
–Yo soñé con volver a la base.
–¿Nunca volviste?
–No, paso por afuera y miro.
–Esto se lleva en el corazón.
–El otro día la escuchaba a Susana Giménez que decía que tiene que volver el servicio militar. Y es así. Viste que antes de entrar al servicio uno es un irresponsable. Ahí reflexionás, aprendés a valorar todo lo que tenés afuera y eso hace falta.
Se juntaron y volvieron al lugar en el que se conocieron, para esta nota de C. Juntos reconocieron la pieza en la que estuvo detenido el prisionero inglés.
La confirmación de que el teniente Glover pasó casi dos meses en Chamical trascendió el hermético círculo de los foros de ex combatientes hace poco menos de dos años. Llegó en forma de puteada a la casilla de correo de un colaborador del diputado nacional Ariel Basteiro. En el mensaje, un ex soldado riojano le recriminaba que su proyecto de ley para ampliar el beneficio que reciben los ex combatientes no lo contemplaba.
Era Ormeño, que maldecía porque nadie atendía que ellos, en la base área de Chamical, también habían sido parte de la guerra. Afirmaba que los escenarios del conflicto no se restringieron al Sur. En Buenos Aires, el periodista Horacio Redondo leyó su mail. Y, en esa pequeña sala penumbrosa del primer subsuelo del anexo de la Cámara de Diputados, prendió un nuevo cigarrillo. El oficio no podía traicionarlo: sabía que tenía, entre manos, una buena historia.
Para entonces, Glover volvía a ser tema de conversación en los hogares británicos. Había decidido vender las medallas que la mismísima reina le había entregado por sus valiosos servicios.
"Me mudé de casa unos meses atrás y encontré entre mis cajones las medallas. No las había visto por diez años. Y ahora que estoy retirado tampoco las puedo lucir. Así que me pareció bien obtener algo por ellas", le explicó a los medios de su país.
El remate en la web le dejó 21 mil libras esterlinas. Ormeño está convencido de que los colimbas que estuvieron en Chamical también participaron de la guerra. Con esa certeza, golpeó despachos, armó una asociación de colimbas que pide un reconocimiento y fue inflando de documentos su bolso negro.
"Reclamamos una ley con una obra social para todos esos muchachos que no tienen nada. Nunca nos vamos a equiparar con los que estuvieron en las islas, pero tampoco se puede aceptar que nos ignoren", dice.
Renzo explica que, cuando comenzó la guerra, la instrucción pacífica, de desfile, mutó en preparación para la guerra. "Nos daban instrucciones de tiro, cómo derribar un Sea Harrier, un helicóptero.
Nos llevaban a las salinas, a 15 kilómetros de la base, a probar el tipo de detonaciones. Nos hacían llenar bolsas con sal para que nos cubriéramos de las esquirlas de las explosiones.
Nosotros, todos los días a las cuatro de la mañana, marchábamos en doble columna hacia la pista con la mochilita, el casco y el fusil con el número de serie, esperando el avión que venía a las nueve de la mañana. Era un Hércules C130. En el trayecto, teníamos que camuflarnos, ponernos plantas, pintarnos la cara, orinarnos para que no te viera el enemigo, según decían ellos. Nos hacían poner cuerpo a tierra apuntando cada vez que venía un avión y gritaban: 'Nos atacan'. Así fue todos los días de la guerra", recuerda Ormeño.
Después, menciona a sus superiores: el Rengo Bustos, que todavía sigue en funciones, el cabo Quispe, que recibía las comunicaciones, el Zorro Videla, que era cabo principal y otros nombres que pelotea con el Gordo Ponce. Coinciden con Villanueva en que, por las noches, en la ciudad se repetían los apagones con el objetivo declarado de burlar potenciales ataques y lanzamientos de misiles.
–¿Se imaginaban que podía haber un ataque en
Chamical?
–Calculo que sí –dice Renzo–. Por lo menos eso es lo quenos decían a nosotros.

 
celda. Vera y Ormeño en la pieza que alojó al inglés.
CHAMICAL- 25/03/2009 11:46:30 p.m.
FUENTE: DIARIO CRITICA (REVISTA SUPLEMENTO AÑO II Nº 57)
25/03/2009 17:29:03